Saturday, June 4, 2011

Dietrich Bonhoeffer, Espiritualidad Mediada

Por Manfred Svensson

Nota introductoria del editor de éste blog:

En éste artículo el Dr. Svensson nos demuestra por qué el pensamiento de Dietrich Bonhoeffer puede informar a nuestra actualidad. Somos exhortados a recordar de que nuestra koinonía está basada en el sacrificio redentor de nuestro Señor Jesucristo, mediada por el Espíritu Santo que nos une.
La koinonía es un trabajo duro y requiere disciplina espiritual y -por supuesto- debe ser formada por la Palabra de Dios en un pueblo que se congrega y adora regularmente.
Este artículo debe de leerse por lo menos tres veces para entender la letra y el espíritu del mismo.

Carlos Colón-Quintana, M.M.

(Dietrich Bonhoeffer)

En 1938 Bonhoeffer publicó un pequeño libro titulado Vida en Comunidad. El gobierno nacionalsocialista había cerrado hacía poco el centro de formación pastoral que él había dirigido, y con esta obra podía dejar por escrito a sus alumnos una pauta del tipo de vida que habían estado llevando en común. Pero si pensamos en eso, sin abrir el libro, ¿qué tipo de texto esperamos? Tal vez esperaremos que en medio de un régimen opresor Bonhoeffer esté escribiendo sobre la fraternidad universal de los hombres, y un título con la palabra “comunidad” acrecienta esa expectativa.
Pero para sorpresa de muchos lectores, el contenido es bastante distinto. No sólo no escribe sobre la fraternidad universal del género humano, sino que incluso empieza con una advertencia respecto de las esperanzas puestas en la fraternidad espontánea entre los cristianos. El libro empieza, de hecho, con un texto bíblico que podría invitarnos a pensar en tal fraternidad espontánea, el Salmo 133:1: “Mirad cuán bueno y delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía”. ¿Pero cómo llegan los hermanos a habitar juntos en armonía? ¿Ocurre espontáneamente? ¿Se trata simplemente de dejar que fluya lo que está en nuestro corazón? En cierto sentido podríamos decir que toda la espiritualidad de Bonhoeffer consiste en responder de modo negativo a estas preguntas: quien sabe del mal que hay en el corazón del hombre será más bien cuidadoso con los llamados a ser puramente espontáneos, cuidadoso ante los llamados a simplemente dejar que fluya lo que hay en nuestro corazón.
Esto puede sonar excesivamente pesimista. Pero Bonhoeffer escribe desde una profunda preocupación por lo que el puro “entusiasmo” tiene de devastador para la vida espiritual. Así escribe sobre los que están “día tras día esperando un nuevo comienzo, creyendo haberlo encontrado repetidas veces, para volver a perderlo en la tarde. Esto es la total destrucción de la fe en el Dios que ha puesto para siempre y definitivamente el comienzo en su palabra de perdón y renovación, en Jesucristo, esto es, en mi bautismo, en mi renacer, en mi conversión”. Así, su espiritualidad no es una espiritualidad de la mera espontaneidad, ni en el culto dado a Dios ni en la relación que tenemos con los otros hermanos.
Si pensamos primero en ese segundo punto, la relación con los hermanos, Bonhoeffer nos llama en esta obra a cuidarnos precisamente de lo que llama “inmediatez” (por eso estoy aquí insistiendo en la espiritualidad de Bonhoeffer como “mediada”). Los cristianos estamos acostumbrados a reconocer que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Bonhoeffer no cree que tal afirmación quede grande, sino más bien que queda corta: él confiesa más bien que “Cristo es no sólo mediador entre Dios y el hombre, sino entre un hombre y otro”. Es eso lo que está levantando contra la sola espontaneidad: que si no sólo la relación con Dios ha sido rota, sino también la relación con los otros hombres, entonces debemos dejar de buscar un mediador para una sola de esas relaciones. También la relación con los hermanos tendrá que ser relación con un mediador, con lo cual se reconoce que la mera afinidad de los corazones no es un fundamento suficiente para construir comunidad. “Que sólo somos hermanos a través de Jesucristo: esto es un hecho de una importancia inconmensurable”.
Los hermanos pueden pues habitar en armonía no porque espontáneamente siempre les nazca, sino porque hay Alguien que media entre ellos para lograrlo. Bonhoeffer escribe contrastando muy fuertemente los distintos tipos de comunidad que surgen dependiendo de si se busca esta fraternidad “mediada” o si se busca una “inmediata”: “En una reina el espíritu, en la otra la técnica psicológica y el método; en una el ingenuo, prepsicológico y premetódico amor al hermano, en la otra el análisis psicológico y la construcción; aquí el humilde y sencillo servicio al hermano, ahí el escrutador y calculador tratamiento del hombre ajeno”. A muchos nos puede resultar familiar y fácilmente identificable su alusión a las “técnicas psicológicas” de ciertos grupos. Pero ni ahí ni en la disposición al servicio es donde Bonhoeffer está poniendo la diferencia de raíz, que se encuentra en nuestra necesidad de mediación no sólo para reparar nuestra relación con Dios, sino también la relación con los restantes hombres. Bonhoeffer busca pues comunidad, busca paz, pero no es un romántico de la comunidad que crea que unas canciones en torno a la fogata sean el fundamento requerido.
Pero esto modifica no sólo nuestra visión de la comunidad, sino también la visión que tengamos de la adoración y la oración. Muchos consideran que la oración debería partir de un corazón tan rebosante, que no requiere aprender a orar, sino que simplemente deja fluir hacia Dios lo que hay en él. Pero el mero entusiasmado, que llama a que solo fluya lo que hay que en nuestro corazón, no tiene cómo ayudar al que no sabe orar. Bonhoeffer vivió dicha experiencia de cerca: en su último año, ya en prisión, tuvo trato frecuente con presos que le pedían que les enseñara a orar, porque nunca lo habían hecho. Decirles que solo abrieran su corazón es algo que no podría haber pasado por su mente: los corazones a veces están vacíos, y por mucho que se los abra no saldrá entonces nada de ellos. Pero Bonhoeffer estaba preparado para esa situación. Unos pocos años antes él mismo había escrito un libro titulado Los Salmos, que lleva por subtítulo El Libro de Oración de la Biblia. La obra parte insistiendo en el hecho de que se puede y debe aprender a orar. Toma ahí distancia de quienes nos llaman a solo abrir el corazón espontáneamente, afirmando que “esto es un grave error, si bien hoy se encuentra muy extendido en la Cristiandad, como si el corazón por naturaleza fuera capaz de orar”. Con esa creencia de que la oración sea algo que simplemente debe fluir, se parte por reducir la oración sólo a aquellos momentos en que el corazón está rebosante. Pero según Bonhoeffer “el orar no consiste simplemente en abrir el corazón, sino que es encontrar el camino hacia Dios y hablar con él, sea con un corazón lleno o con un corazón vacío. Y eso no lo puede hacer ningún hombre, sino que para eso requerimos de Jesucristo”. Es el hecho de que tenemos que orar no sólo cuando el corazón está lleno, sino también cuando está vacío, lo que nos lleva a pedir “Señor, enséñanos a orar”. Necesitamos un mediador no sólo para salvarnos, no sólo para hacernos vivir en armonía con los hermanos, sino también para saber adorar.
Bonhoeffer considera que uno de los mejores pasos para esto es el usar la Biblia como base de la oración: “No queremos orar a Dios en el falso y confuso lenguaje de nuestro corazón, sino en el lenguaje claro y puro con el que Dios nos ha hablado en Jesucristo”. Es para enseñar a orar con esa base bíblica que Bonhoeffer escribió esta breve introducción a los Salmos, insistiendo en que no se trata de dar rienda suelta a nuestro corazón: “No se trata de que los salmos expresen precisamente eso que sentimos en nuestro corazón. Tal vez es necesario que para orar bien oremos contra nuestro propio corazón. […] Nuestra oración debe estar determinada no por la pobreza de nuestro corazón, sino por la riqueza de la palabra de Dios”. Desde luego hay que cuidarse para no entender esto mal, como un llamado a eliminar la devoción personal. En Bonhoeffer también está presente el llamado a aprender cómo desarrollar la oración personal: “El uso de oraciones de forma fija puede bajo ciertas condiciones ser útil también para una pequeña comunidad familiar, pero muchas veces servirá simplemente para huir de la oración real. A través de formas eclesiásticas y ricos pensamientos es fácil engañarnos respecto de nuestra propia oración, con oraciones que pueden ser bellas y profundas, pero no genuinas. Por útil que sea la tradición de oraciones de la Iglesia para aprender a orar, no puede reemplazar la oración que debo hoy a mi Dios”. Pero lo importante es que también aquí, en la oración personal, seamos capaces de reconocer nuestra necesidad de aprender, nuestra necesidad de la mediación, la mediación del Dios hecho hombre, pero también de la Palabra por la que lo conocemos. “Para librar a la oración de las arbitrariedades de la subjetividad, será una ayuda el conectar la oración con nuestra lectura bíblica”.

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