Tuesday, May 24, 2011

Manfred Svensson: Para Predicar, Hay Que Usar Palabras!

Seamos coherentes: no prediquemos con el ejemplo
¿Habrá creencia más difundida que la idea de que hay que predicar con el ejemplo? Si alguien nos invita a predicar con el ejemplo, pareciera estar simplemente llamándonos a ser coherentes. ¿Cómo puedo entonces considerar que la coherencia nos obliga a NO predicar con el ejemplo?
En primer lugar, haríamos bien en notar que estos conceptos no son idénticos: el llamado a ser coherentes no es un llamado a un tipo específico de actividad, sino un llamado aplicable a distintas actividades; el llamado a predicar, en cambio, sí describe un tipo específico de acción. Por lo mismo, podemos llamar a todo el mundo a ser coherente, pero no podemos llamar a todo el mundo a predicar (están excluidos los demonios, los incrédulos, y seguramente un buen número de cristianos –pero a todos ellos les podemos pedir coherencia). Así que al menos en principio estas cosas son distintas, y el llamado a la coherencia no siempre es un llamado a predicar. De hecho a veces precisamente porque tenemos que ser coherentes (coherentes, por ejemplo, con nuestra incomprensión del evangelio), deberíamos abstenernos de predicar.
Pero hoy circula por todo el mundo evangélico una frase que supone lo contrario. Se nos dice “predica siempre, y si es necesario usa palabras” -una popular variante del "prédica con el ejemplo". Apenas hace falta preguntarse qué diría Pablo al respecto: a los Corintios les habla sobre los “ídolos mudos” (I Cor. 12:1). Pero los cristianos seguimos a un Dios que habla, y la prédica cristiana es hablar, usar palabras. No existe la prédica muda, con meros ejemplos de vida. Por lo mismo la Biblia tiene llamados como “orad sin cesar” (1 Tes. 5:17 y Lc. 18:11, pues sí se puede hacer oración muda, silenciosa), pero no tiene nada que se parezca a “predicad sin cesar”. De hecho es bastante enfática en cuanto a no hacerlo: nos llama, por ejemplo, a no echar perlas a los cerdos (Mt. 7:6). ¿Significa que ante los “cerdos” (sean quienes sean) podemos ser incoherentes, que ante ellos nos es lícita una mala vida? No, incluso ante ellos debemos conducirnos con un buen ejemplo; pero aparentemente no siempre tenemos que predicarles. Una vez más, parece que ejemplo y prédica no necesariamente van de la mano.
¿Distinciones sutiles y enredos innecesarios? No lo creo. Una vez que uno pregunta por el origen de la célebre frase que
nos llama a predicar sin palabras, las piezas del puzzle empiezan a coincidir más aún. Porque su autor por supuesto no es ningún evangélico contemporáneo, sino Francisco de Asís. Representa así precisamente el tipo de piedad tardomedieval contra la que se levantó la Reforma. Y cuando católicos tardomedievales y evangélicos contemporáneos están de acuerdo, algo muy grave debe estar ocurriendo. Y ese algo muy grave creo que es muy fácil de diagnosticar: la desvalorización de la prédica. De las dos grandes órdenes mendicantes de la Edad Media una se llamaba “orden de los predicadores”… pero la otra es la de Francisco de Asís. Y quienes hoy nos llaman a predicar con el ejemplo, y así a predicar todo el día, parecen con ello estar poniendo mucho énfasis en la prédica, pero en realidad ya no es de la prédica que están hablando: creen que puede haber predicación muda.
Si se quiere llamarnos a una vida cristiana integral (y con ese llamado por supuesto sí estoy de acuerdo), tendremos pues que conformarnos con una frase más aburrida, pero también más verdadera que la de Francisco de Asís. Podría ser algo así como “intenta ser un buen ejemplo, siempre; predica, cuando corresponde, si te corresponde, lo que corresponde”. La prédica cristiana nos da palabras de vida eterna, y ellas son algo a lo cual aferrarnos. Pero nuestras vidas, incluso en sus momentos más ejemplares, ¿son algo equivalente a eso? ¡Ay del que ponga esperanza alguna en mi ejemplo de vida! Estoy desde luego llamado a vivir conforme a la ley de Dios; pero habiendo visto a la luz de ella lo que soy, debo aferrarme al evangelio.
Precisamente por coherencia, por coherencia con la cardinal distinción entre ley y evangelio, es que debemos dejar la tontería de predicar con el ejemplo. Podemos vivir “a la luz del evangelio”, podemos vivir “desde la esperanza fundada en el evangelio”, o cualquier cosa por el estilo. Pero no podemos vivir el evangelio. El evangelio es que Alguien ya vivió así, ya satisfizo la justicia del Padre, y aunque nosotros no podemos vivir como Él, Su justicia nos es imputada. De eso hay que predicar.